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Algunas veces
las otoñales lágrimas de los árboles gigantes
invaden la mirada amarilla de los rastrojos
y relatan su historia.
Entonces las casas recuerdan de qué prenda
se vistieron sus alturas para culminar su techumbre.
Entonces el hierro de las estufas emite un silábico
ronroneo y concreta en qué nutritivo fuego
se calentaron sus moradores.
Llegó acto seguido la noche de la industria,
ese paquidermo inamovible que se llevó los pueblos
y también la anciana forma de armar las techumbres,
el hierro que ronroneaba quedo en las estufas
y el modo de cortar el cabello a los árboles gigantes.
Algunas veces, tan sólo algunas, si la tierra
recién labrada y humeante no se resigna a su abandono
y los nietos convocan los usos de los abuelos,
las foliares lágrimas invaden el amarillo de los rastrojos
y relatan su historia.
Los árboles gigantes se perpetúan furos
aún a pesar de la soledad viscosa del olvido.
Su manto protector se extiende a los coleópteros
y alimenta sus élitros con el maná de sus adentros.
El amanecer de la escamonda irrumpe en la noche
de la industria y les corresponde aguardar calmos
el despertar, por fin, de las yemas tiernas.
Se renuevan así los lazos neolíticos y el ancestral
compromiso de las sociedades con su paisaje.
Se formalizan las nuevas y esperanzadoras uniones
y se derrocan los exilios y pone fin a los destierros.
Algunas veces, si los aromas son propicios,
las otoñales lágrimas de los árboles gigantes
sirven de fértil sustento a las sociedades
y relatan su historia.
V Fiesta del Chopo Cabecero
Cuencabuena-Lechago 26 de octubre de 2013