Bernad Julián, José Antonio
Misionero franciscano y catedrático de filosofía de la Universidad de Zaragoza (Navarrete del Río, 1715-1797)
Doctor en Teología y Maestro en Artes
Hijo de Francisco Bernad y Lázaro y de Manuela Julián y Múñoz, del acaudalado linaje de Bernad, nació en Navarrete del Río el 8 de enero de 1715. Con apenas quince años, tomó el hábito de San Francisco en el convento de Jesús de Zaragoza el 4 de febrero de 1730, profesando solemnemente el 5 de febrero de 1731. Lector de Artes en su religión, ingresó en la Facultad de Teología de la Universidad de Zaragoza graduándose de "Licenciado de Justicia" el 23 de febrero de 1741, y de Doctor el 26 del mismo mes y año. Más tarde, el 25 de agosto de 1741, alcanzará a su vez los grados de Licenciado y Maestro en Artes.
En la misma universidad zaragozana desempeñó durante cuatro años la cátedra de Filosofía del Doctor Sutil. "Varón que supo hermanar la más exquisita sencillez con la más profunda sabiduría", al decir de sus biógrafos, decidió abandonar el brillante porvenir que le auguraba el mundo académico para prepararse a desempeñar con eficacia su vocación misionera. Con toda humildad dejó en Zaragoza el estrado y la borla doctoral, para ceñir sobre su cuerpo el sobrio hábito de estameña. Tras de una breve estancia en el Colegio Seminario de San Roque de Calamocha, que aprovechó para disponer su espíritu evangélico, con apenas treinta y cuatro años de edad, marchó rumbo a Nueva España. Para entonces, desde ultramar las diferentes órdenes religiosas solicitaban sin cesar de la Península la llegada de nuevos misioneros que ayudasen allí a la propagación de la Fe. Con tal motivo en 1747 llegaron desde Querétaro a la metrópoli los PP. franciscanos Javier Ortiz y Juan Bautista de Sales, para gestionar la autorizaciá¢án de embarque de 30 religiosos. Petición que le fue otorgada mediante Real Cédula dada en el Buen Retiro el 12 de abril de 1749, y en la que se especificaba:
"Que los expedicionarios se deberían dedicar a la conversiá¢án de los indios de Texas, y que la Casa de Contratación de Cádiz abonaría por ellos 700.807 maravedises de vellón en concepto de aviamiento, vestuario, viático (este último a razón de ocho leguas y siete reales diarios), flete y pasaje, pagaderos por la Depositaría de Indias en Cádiz o entregándole libranza de gastos al comisario de la expediciá¢án para que se los abonasen en Veracruz o Méjico, a cuenta del ramo de mesadas eclesiásticas".
De los treinta autorizados, los PP. Ortiz y Sales presentaron a la reseña de Cádiz el 29 de abril a diecinueve, el segundo de los cuales será nuestro Fr. José Antonio Bernad, y que según consta en la lista de embarcados que se conserva en el Archivo General de Indias (Méjico, 722), era entonces "sacerdote, predicador ... de mediano cuerpo, delgado, ojos azules, señal de herida en el carrillo derecho, pelo castaño".
Guardián e instructor de misioneros
Destinado al convento mejicano de Querétaro, fue nombrado Guardin del mismo, cargo en el que se mantuvo durante once años. Al cabo de los cuales, y como apremiaban las necesidades de nuevas vocaciones misioneras, con el fin de estimularlas volvió a España en 1762, y así desde Madrid escribía el 17 de noviembre del mismo año una "CARTA DEL P. FR. JOSÉ ANTONIO BERNAD AL GUARDIÁN DEL COLEGIO-SEMINARIO DE HERBÓN, EN QUE LE MANIFIESTA EL ORDEN DE VIDA REGULAR QUE SE OBSERVA EN EL COLEGIO DE QUERÉTARO, Y LE EXPONE LA NECESIDAD QUE HAY DE OPERARIOS EVANGÉLICOS PARA LAS MISIONES DE MÉJICO". Son dos hojas autógrafas de 210 x 150 mm., que se conservan en el Archivo del Colegio de Santiago de Compostela (Papeles de América, nº 14).
Explica en la misma que su misión es reclutar veinticuatro religiosos de los colegios españoles, y para ello describe tal como se desarrolla una jornada normal en el colegio mejicano: "Hay maitines a media noche, sin clases, y después una hora completa de oración; a las seis, en invierno, y a las cinco y media, en verano, se llama a Prima; que por la pausa que se usa en el Oficio divino, suele durar media hora. Antes algunos, y después los restantes sacerdotes, dicen Misa hasta las siete y media o las ocho, a cuya hora se rezan las Horas y se celebra la Misa conventual ... A las once se toca al refectorio, en donde siempre hay principio; se administra de Comunidad dos veces al día chocolate para suplir la falta de vino; a las dos se toca a Vísperas, que duran media hora, y después es la conferencia de moral, que dura media hora; a las cinco y media, se toca a Completas, y, acabadas, se sigue la hora de oración".
Prosigue describiendo las confesiones a los enfermos de las inmediaciones, las misiones a fieles e infieles -estas últimas a más de trescientas leguas del Colegio-, la relativa abundancia que dentro de la pobreza disfrutaban los religiosos y, en fin, otros detalles con los que buscaba animar a sus hermanos a partir rumbo a Nueva España. Cuenta también el franciscano de Navarrete en su carta que "he recorrido con bastante trabajo muchos Colegios de España en busca de operarios, que quisiéramos, si fuera posible, fueran todos apostólicos; pero habemos logrado muy pocos, porque los deseamos que no pasen de treinta y cuatro a treinta y cinco años, y de estos hay pocos en los Colegios".
La verdad es que no sabemos hasta que punto esta pormenorizada descripción de la vida conventual queretareña resultaba atractiva para los jóvenes profesos de la Orden, el caso es que esta demanda no cayó del todo en saco roto, pues del citado colegio de Herbón salieron dos religiosos. Mientras tanto el P. Bernad pasó de Madrid a Sevilla el 31 de enero de 1763, a fin de preparar alojamiento para los expedicionarios que tenía comprometidos. Así al menos lo expresaba el P. Miguel Pinilla (que lo acompañaba también en calidad de comisario, y que a su vez procedía de Embid), en carta del 15 de febrero de 1763. Por cierto que este fraile perdió un ojo en el curso de esta colectación. De los veintiseis religiosos concedidos consiguieron reunir veintitrés, la lista de los cuales fue aprobada por el Consejo de Indias el 25 de mayo de 1763, en virtud de lo cual se realizó la reseña en Cádiz el 12 de julio de ese mismo año y se les concedió el despacho de embarcación seis días más tarde. Entre la aprobación del Consejo, la realización de la reseña y el otorgamiento del despacho definitivo no experimentó cambio alguno la expedición. Finalmente, separados en dos grupos embarcaron en sendas fragatas. En la conocida como "Júpiter", marchaba el P. José Antonio Bernad encabezando la expedición.
De regreso al Colegio de la Santa Cruz de Querétaro, nuestro paisano se dedicó a la formación e instrucción de los nuevos misioneros, y en este menester le sorprendió la muerte el 20 de febrero de 1797, a los ochenta y dos años de edad y 48 de misionero. Es de esperar que un detenido repaso entre las bibliotecas franciscanas de Méjico nos proporcione alguna noticia más de este religioso de Navarrete, que despreció las cátedras de la Universidad zaragozana para marchar a evangelizar al continente americano. De la misma manera que quizás, entre los fondos del archivo familiar de los Bernad de Navarrete, se conserve algún escrito o recuerdo de este ilustre antepasado.
Obras publicadas
- Carta ... al guardián del colegio-seminario de Herbón ... Archivo Iberoamericano. 1915, t. III, pp. 67-71. Primera edición de 1792
Bibliografía
- Jaime Lorén, José María y Jaime Gómez, José (2008): Catálogo de personalidades destacadas del valle del Jiloca. Publicación electrónica [Descarga del texto]
- BORGES MORÁN, P.: Expediciones misioneras al colegio de Querétaro. Archivo Iberoamericano, ?
- CATALÁN GAVÍN, M.: Misioneros franciscanos aragoneses en Méjico. Boletín del Instituto de Cultura Hispánica de Aragón, nº 7, pp. 45
- JIMÉNEZ CATALÁN, M.: Memorias para la historia de la Universidad Literaria de Zaragoza. Zaragoza, pp. 161 y 539