Diferencia entre revisiones de «Catalán de Ocón y Corral, Manuel»

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Revisión actual - 13:38 26 ene 2009

Nació en Monreal del Campo el 18 de julio de 1822. Bien temprano se hizo cargo de la dirección de la importante hacienda familiar, así como de las extensas relaciones sociales que le llegaron también de cuna. El 25 de septiembre de 1850 casó con Mª del Carmen Mas y Salvador, nacida en Híjar (Teruel) el 21 de marzo de 1832, con quien tuvo a José María y a Pedro que nacieron el 31 de mayo de 1851 y el 21 de octubre de 1853 respectivamente, ambos en Monreal del Campo, villa donde residió la mayor parte del tiempo el matrimonio.

Cuando aún no se habían cumplido los cinco años de matrimonio, el 10 de enero de 1855 fallece en la casa de Ródenas la esposa Mª del Carmen. Dos años de viudedad y 35 de edad llevan a Manuel Catalán de Ocón a contraer nuevo matrimonio con Loreto de Gayolá y Casanovas el 21 de diciembre de 1857, que cuenta a la sazón tan sólo con 18 años de edad.

Tal vez por esta querencia hacia los paisajes naturales que había conocido en su juvenil estancia suiza, al contraer matrimonio Loreto deseó vivir el mayor tiempo posible en el campo, por lo que su esposo procedió a reconstruir la casa de La Campana en su alejada posesión de Valdecabriel, entre El Vallecillo y Frías de Albarracín, en la sierra de este nombre, donde pasarían largas temporadas y se celebrarían acontecimientos familiares. La soledad del valle daba lugar a una estrecha convivencia con la naturaleza y reposadas lecturas de una escogida biblioteca.

Como era costumbre en las clases aristocráticas, en la fachada principal labran un escudo con las armas de los Catalán de Ocón. Por dentro está dotada de todas las comodidades de la época, e incluso un fino entubado lleva a todas las estancias la iluminación de gas de carburo que se genera en el bajo del edificio.

La tragedia se cernirá sobre la feliz familia cuando en 1886 muera Loreto en Valdecabriel, dejando “el valle en luto definitivo, sin el alma que con tanto amor le diera vida”, según palabras de uno de sus biznietos. Manuel, el esposo, con 64 años se sume en una honda tristeza que difícilmente compensa el consuelo de sus hijas Blanca, de 26 años, y Clotilde de 23. La casa de La Campana se sume en la melancolía y se hace necesario un saludable cambio de aires que, además, demanda la juventud de las dos jóvenes, que precisan del contacto con sus dos hermanos y el resto de parientes y amigos que moran fuera. Es el momento de retornar a la casa de Monreal.

Enajenada la casa de Calatayud quedaba como vemos la antigua mansión de Monreal del Campo que siempre permaneció abierta, como apeadero y hogar en cortas temporadas durante la estancia en Valdecabriel.

Volviendo a Manuel Catalán de Ocón vemos que su condición económica y social, que bien podríamos calificar de aristocrática, no estaba reñida en absoluto con una clara visión de los problemas de su clase en el marco de la sociedad de su época. Ciertamente, la crisis agraria es un tema habitual en la España de la Restauración, y uno de los testimonios más explícitos que existen sobre el malestar que rodeaba al mundo rural se recogerá en siete gruesos volúmenes, que recopiló una Comision creada al efecto por el gobierno y que se publicó entre 1887 y 1889 con el título de “La crisis Agrícola y Pecuaria”.

De las 46 contestaciones que proporciona Aragón, sólo 3 son de Teruel. Una de ellas respuestas es la de nuestro propietario de Monreal del Campo. Sin duda se trata del comunicante que plantea más directamente la exigencia del proteccionismo arancelario y quien a este respecto propone el ejemplo mas gráfico, al hacer notar la indefensión del campesino turolense que vé como llega antes al puerto de Valencia un barco salido de Odessa que una carretada de granos expedida desde cualquier punto de la Sierra de Albarracín, con el agravante de que en este último caso el transporte grava hasta un tercio el precio del cereal.

Para paliar esto propone principalmente, además de la exigencia del ferrocarril o de la disminución de los impuestos -no conviene olvidar que este Manuel Catalán es el principal contribuyente de la provincia-, tratados de comercio “que no estén inspirados sólo en las ideas de la escuela de libre cambio ... que es muy bonito en teoría, muy humano en la cátedra, pero ruinoso y antinacional y antipatriótico en la práctica”, es decir que sólo se importe grano extranjero de coste y precio más alto que el nacional. Cosa que en opinión de Carlos Forcadell no es sino la respuesta más primaria del proletariado agrario ante la disminución de sus ingresos, y que por otra parte fue el mecanismo que utilizó el Estado de la Restauración para proteger artificialmente el rendimiento de la propiedad agraria, permitiendo así mantener unas estructuras agrícolas en situaciones atrasadas con respecto a las más modernizadas de los países vecinos. Tal estado de cosas permitió decir a una de las mentes más lúcidas del Regenacionismo, la del oscense Lucas Mallada, que los españoles “siendo los más pobres de Europa comemos el pan más caro del mundo”.

Opinión reiterada entre casi todos los informantes de la encuesta es la que apunta la necesidad de reducir impuestos, en lo que se muestra desde luego categórico Manuel Catalán: “la contribución está recargadísima y es materialmente imposible pagarla; así se ven muchas fincas que se venden por no poder pagar la contribución territorial”, cosa bastante cierta pues tras la reforma de 1845 y durante el resto del siglo, el peso del impuesto recae fundamentalmente sobre la agricultura, si bien su influencia se dejó sentir más decisivamente a raíz de la crisis agrícola.

Al igual que la sociedad ilustrada turolense, el rico propietario de Monreal estaba obsesionado con la importancia del ferrocarril con vistas a colocar las producciones pecuarias del País en las mejores condiciones posibles en sus mercados naturales. La contestación a esta encuesta la firma Manuel Catalán de Ocón y Corral en Monreal del Campo el 8 de octubre de 1887.

Se podrá estar o no de acuerdo con las propuestas de nuestro propietario de Monreal del Campo, pero no hay duda de que habla con conocimiento de causa, que sabe de primera mano los graves problemas que atenazaban a la provincia de Teruel en el final del siglo XIX, no andaba desencaminado, en efecto, de muchos de ellos. Llama asimismo la atención la claridad meridiana de los ejemplos que pone, sin duda que además estaba bien documentado. Por último destacar la belleza de su prosa, que nos permite suponerle una buena preparación intelectual.

Bibliografía