Guerra de la Independencia

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Las tropas de Napoleón Bonaparte invadieron la Península Ibérica en la primavera de 1808. La abdicación de Fernando VII y la entrega de la corona real a José I no pudieron impedir que el pueblo se levantara en armas, dando inicio a una guerra que se prolongará hasta la retirada de los ejércitos franceses en 1814.

No fue solamente una guerra de liberación nacional, calificación con la que ha sido definida muy a menudo. Con José Bonaparte, además de la ocupación francesa y la guerra, llegaron el espíritu de la Revolución, la disolución del Antiguo Régimen, la igualdad jurídica entre los hombres y la desaparición de los privilegios estamentales. Las clases populares españolas se levantaron contra los ocupantes, pero también contra todo lo que estos representaban. El papel que desempeñaron las clases privilegiadas españolas, la nobleza y el clero, será fundamental, soliviantando y dirigiendo a las masas mediante la exaltación del patriotismo, el fomento de la xenofobia y la predicación de la Guerra Santa.


La evolución de la guerra

En Aragón, la lucha contra los franceses comenzaba el 24 de mayo de 1808, tras el levantamiento popular que se produce en la ciudad de Zaragoza dirigido por José de Palafox. Para responder al inminente ataque de las tropas francesas se decretó un alistamiento general de todos los hombres. El reclutamiento se extendió por todo Aragón, y fueron muchos los soldados procedentes del corregimiento de Daroca que se encaminaron hacia la capital para ayudar a su defensa.

Tras la caida de Zaragoza en febrero de 1809, la Junta Suprema publicó el 18 de marzo un decreto en el que se formaba en los territorios libres la denominada Junta Superior de Aragón y parte de Castilla, extendiéndose por los partidos de Teruel, Albarracín, Daroca (presidida por Cosme Laredo) y los señoríos de Moya y de Molina de Aragón. Se formó un nuevo ejército a las órdenes de Blake, que intentó recuperar Zaragoza, pero fue derrotado por las tropas francesas.

Las fuerzas militares españolas que quedaban se replegaron. Al sur de Aragón solo quedaba un regimiento al mando del coronel Ramón Gayán, que desde su base en el estratégico punto del santuario de la Virgen del Águila trataba de proteger los accesos a los partidos de Calatayud y Daroca, así como la comunicación de Zaragoza a Teruel. El 20 de julio de 1809 los franceses desalojaban a Gayán de la Virgen del Águila, obligándole a retirarse al lugar de Tornos, esperando unirse a otras tropas que venían en su auxilio.

Nada impedía a las tropas francesas ocupar el valle del Jiloca, que entraron en los principales núcleos de población, sobre todo a los situados en las zonas llanas y en el valle. En las sierras tuvieron mayores problemas, ya que el brigadire Pedro Villacampa recompuso las fuerzas que quedaban, refugiándose en las Sierras de Albarracín y Molina de Aragón, iniciando una lucha de guerrillas y hostigamiento a las tropas francesas, evitando los enfrentamientos directos.

Las correrías de los franceses en estos primeros años nos son conocidas gracias a la relación de acontecimientos que escribió Pedro Manuel de la Riva, cura párroco de Olalla. Las tropas invasoras instalaron su cuartel general en la ciudad de Daroca, y desde allí empezaron a enviar veredas a todos los pueblos cercanos exigiendo raciones para el ejército, y exhortando a los vecinos a que se mantuvieran en paz. Como no recibían respuesta, en noviembre de 1809 subieron los franceses hasta Monreal del Campo y desde allí enviaron diversas partidas por los pueblos de la comarca para exigir las provisiones. El 12 de noviembre llegó un destacamento francés a Olalla, proveniente del camino de Nueros. Era la primera visita de las tropas invasoras a esta zona, lo que levantó el temor y miedo entre la población.

Algunos vecinos de los pueblos optaron por formar cuadrillas de guerrilleros y enfrentarse a las tropas invasoras. El suceso que más influyó en el valle del Jiloca fue el asalto y asesinato del recaudador afrancesado Juan Mata Iturroz en febrero de 1810, pues provocó la ira de las tropas francesas que exigieron grandes compensaciones a todos los pueblos del valle del Jiloca.

En abril de 1810 se estacionaron varias partidas guerrilleras en las faldas de Fonfría y Olalla, para controlar las actividades de los franceses del valle del Jiloca. La noticia de su presencia llegó hasta el Cuartel General de Calamocha, saliendo un destacamento de caballería para apresarlos. Al llegar los franceses a Cutanda se dio la alarma, y los guerrilleros pudieron huir o esconderse. Para controlar mejor estas tierras, los franceses abrieron un nuevo Cuartel General en Calamocha, con un general y una división.

Durante el resto del año 1810 y todo 1811 los franceses siguieron controlando el valle del Jiloca y sierras cercanas, exigiendo nuevas contribuciones, raciones y bagajes, y saqueando las localidades cuando no los entregaban. En algunos momentos también aparecieron tropas españolas, que exigieron igualmente raciones y bagajes, como los 250 hombres de la división del Alcalde de Cadretes Españoles que acamparon durante ocho días en Olalla y Cutanda a comienzos de diciembre de 1811.

En 1812, tras la invasión de Rusia, se redujeron las tropas francesas en Aragón. Las guerrillas aumentaron su presión, centrada sobre todo en el valle del Jiloca, un territorio clave para garantizar el control de las comunicaciones entre Zaragoza, Teruel y Valencia. Ante el incremento de las hostilidades, el general Pannetier desplegó seis batallones a lo largo del Jiloca, restableciendo una posición fortificada en Calatayud.

Villacampa, desplazados algunos meses a Valencia, vuelve a asentarse en la sierra de Albarracín, dedicándose a lo largo del año 1812 a atacar destacamentos franceses de los generales Palombini y Pannetier, asestándoles duros contragolpes como el del 28 de marzo en Pozondón, donde captura un batallón entero del 2º regimiento italiano.

El 29 de junio de 1812 llegaron a Cutanda 400 soldados franceses al mando de Colison, y enviaron veredas a todos los pueblos cercanos para que llevaran hasta esta villa nuevas raciones y contribuciones. Debían tener mucha prisa en cobrarlas ya que empezaron a apresar a los curas, alcaldes y mayores contribuyentes, llevándolos a Cutanda, en donde llegaron a concentrar a 40 presos procedentes de la contornada. Se pretendía dar un escarmiento a toda la sierra de Fonfría, tal vez por acoger de vez en cuando a los guerrilleros. Como nos cuenta Pedro Manuel de la Riva, que también estaba retenido por los franceses, “el día 30 nos llevaron en medio de las bayonetas a todos los presos por la senda de los Comeneros a Fonfría, y hacer noche a Allueva, nos pusieron en dos pajares; al día siguiente nos llevaron a Loscos, y nos pusieron en el granero de los Cartujos; allí aumentaron mucho los presos, pues de todos los lugares sacaban; también iban muchas mujeres, porque sus maridos se escondían… a los presos, que iban cerca de cien, los llevaron al castillo de Daroca”.

En el otoño de 1812 comienzan las victorias españolas. El Empecinado ocupa la guarnición de Guadalajara y Villacampa ataca a la guarnición de Cuenca. Los franceses se repliegan del interior, abandonando Soria en septiembre y los distritos del alto Cinca, los corregimientos de Tarazona, Borja y Calatayud y los lugares fortificados en el Jalón de Calatayud y La Almunia. Se mantuvieron las guarniciones del Jiloca para garantizar las comunicaciones con Valencia, pero quedaron aisladas. El 16 de diciembre de 1812 Villacampa sitió Daroca junto con Durán y Gayán, la última de las fortificaciones que seguía en poder napoleónico en el Jiloca, pero los franceses enviaron en su defensa cuatro batallones, obligando al guerrillero español a replegarse.

En marzo de 1813 Suchet trasladó parte de los ejércitos franceses acampados en Teruel y Villacampa aprovechó la situación para incrementar los hostigamientos en Montalbán, Belchite y Alcañiz. La reducción de tropas francesas quedó limitado a mantener las comunicaciones entre Jaca, Zaragoza, Teruel y Valencia, y las que bajaban por el Ebro hasta Tortosa. Todo fue en vano. En junio de 1813 los franceses se retiraban de Zaragoza, abandonando todas las fortificaciones aragonesas.

Bagajes y suministros

Tanto las tropas francesas como la resistencia española necesitaban enormes cantidades de dinero para mantener en marcha la enorme maquinaria bélica desplegada. En un primer momento fueron los franceses. Deseosos de recaudar los fondos necesarios para sustentar el ejército de ocupación no dudarán en exigir a los Ayuntamientos continuos suministros en dinero o en especie. Si los alojamientos y manutenciones de la tropa ya eran de por sí muy gravosos, el problema se agravó cuando empezaron a solicitarse cuantiosas contribuciones especiales. El 1 de junio de 1810, Luis Gabriel de Suchet impusó un impuesto extraordinario de tres millones de reales de vellón mensuales a repartir entre todos los pueblos y ciudades de Aragón. Cualquier método para recaudar este dinero fue aceptado, y si los Concejos no pagaban voluntariamente, se secuestraba a varios contribuyentes y se amenazaba con el fusilamiento si no colaboraban sus convecinos.

Las contribuciones bélicas provocaron la ruina de muchas haciendas locales, pero las exigencias de los franceses no fueron las únicas que encontraremos a lo largo del conflicto bélico. A estas hay que añadir las de la resistencia española y las exigidas por los numerosos bandoleros que asolaron Aragón en estos años. El cura de Olalla afirmaba que “son innumerables las raciones que se pagaban tanto a los franceses como a nuestras tropas todos los días, a más cuadrillas de bandidos [que] asaltaban de noche las casas pudientes, y se llevaban cuanto había, y con puñales y trabucos”.

El 14 de septiembre de 1812 se produjo la liberación de Calamocha por los ejércitos nacionales que avanzaban sin oposición desde el sur. La guerra terminó para los pequeños pueblos de los valles del Jiloca y del Pancrudo pero no sus penalidades. Todos los ejércitos, sean franceses o españoles, vivían sobre el terreno y para mantener su maquinaria de guerra necesitaban del dinero y de los suministros de la población civil. Entre septiembre de 1812 y agosto de 1814, coincidiendo con la etapa final de la Guerra, se suministraron abundantes víveres y dineros a las tropas españolas, en una cantidad que no se alejaría mucho de la exigida por los franceses durante toda la ocupación .

Las exigencias militares supusieron un terrible golpe para los pueblos de la comarca del Jiloca. Sus efectos fueron inmediatos. El incremento de la presión fiscal trajo consigo la ruina de numerosos vecinos y el colapso de las haciendas municipales. Al igual que había sucedido cien años atrás con la Guerra de Sucesión, fue necesario vender una parte de los bienes que poseían los Concejos. Por poner tres ejemplos documentados y muy cercanos, en Bañón se procede a la venta de varios vagos y baldíos, en Lechago se enajena el prado de la cerrada vieja, unos campos de regadío y varias casas y en Navarrete se vende el prado del molino .

Algunos personajes jilocanos en la Guerra de la Independencia