Prao (Luco de Jiloca)
Entre las localidades de Calamocha y Luco de Jiloca, en la confluencia de los ríos Jiloca y Pancrudo, desaparece la fosa tectónica del valle del Jiloca y el río se encajona en materiales de epoca paleozoíca. En la zona de contacto entre ambas áreas, junto a la desembocadura del río Pancrudo, se encuentra el prado de Luco, denominados también por algunos autores de "Gascones-Entrambasaguas".
La presa subterránea
La situación de los prados en la zona de falla que conecta los depósitos de la fosa del Jiloca y los afloramientos paleozoicos de la llamada sierra de Santa Cruz-Valdellosa influirá directamente en los recursos acuiferos de este área y, por lo tanto, en los posibles usos agricolas de los suelos. El hundimiento de la cuenca Calamocha-Teruel a finales del Plioceno creo una extensa y larga fosa tectónica que fue rellenada con abundantes materiales terciarios y cuaternarios procedentes de las zonas mas altas. Estos materiales son permeables y permiten la existencia de acuiferos subterráneos que afloran a la superficie en determinados lugares: Ojos de Monreal, Carninreal, Fuentes Claras, El Poyo, etc. Sin embargo, estos acuiferos quedan truncados en la línea de falla de Gascones-Entrebasaguas al aparecer una gran presa sulsterránea formada por materiales paleozoicos impermeables al agua. La capa freatica queda oprimida y el agua subterránea tiende a salir hacia la superficie, humedeciendo todos los campos.
Además de esta presa subterránea, la zona de los prados también se explica por los desbordamientos del río Jiloca, la existencia de ramblas y la desembocadura del rio Pancrudo, unos cauces irregulares que tienden a crecer en épocas de lluvia e inundar todas las zonas periféricas.
Las pardinas de Gascones y Entrambasaguas
En el año 1205, en la distribución de colaciones de las aldeas de la Comunidad de Daroca, aparecen citadas entre otras las localidades de Entrambasaguas y Gascones, los dos pueblos que controlaron en la Baja Edad Media estas enormes praderas naturales. Los datos históricos sobre estos dos pequeños núcleos o pardinas son escasos, aunque todo nos induce a pensar en un escaso poblamiento que impediría cualquier forma de expansión roturadora. Debemos tener presente que la puesta en cultivo de las tierras encharcadas de Gascones y Entrambasaguas no dependía exclusivamente de la disposición de los hombres a roturarlas o no. Era imposible aprovecharlas sin realizar una serie de obras que permitieran de alguna manera disminuir sus humedades. Y para crear esta red de acequias era imprescindible la colaboración de numerosos vecinos interesados en ampliar las tierras de cultivo, una colaboración que no se producirá en aquellos pueblos que destaquen por su debilidad demográfica.
En el 1414, el censo del maravedí no recoge ninguno de los dos lugares, posiblemente por encontrarse ya despoblado. El historiador J.L. del Corral cita la existencia de un mandato real que obligó a los vecinos de estos dos lugares a desplazarse a otros pueblos, "Gascones quizá a Villafranca, y Entrebasaguas a Burbáguena"
Gascones y Entrambasaguas poseian, como toda aldea medieval, ciertos derechos sobre los prados, dehesas y montes situados dentro de sus términos municipales. Una vez perdida su población y desaparecida su autonomía local ¿que sucedía con las propiedades de sus antiguos vecinos y de los Concejos?.
El reparto de los prados
Tras la desaparición de estas dos aldeas se produce un proceso de reorganización territorial protagonizado por las dos poblaciones vecinas mas próximas, Luco y Calamocha. El municipio de Luco se anexionó los bienes comunales del termino de Entrambasaguas mientras Calamocha hacia lo propio con los de Gascones. El reparto benefició también a otras instituciones. La Comunidad de Daroca se reservaría la propiedad de las terrazgos abandonados en Gascones mientras que las rentas de su Iglesia Parroquial pasarían a ser administradas por la Iglesia Colegial de Santa María de Daroca. De momento, el reparto de estas tierras pareció satisfacer a todos los pretendientes, pero las disputas territoriales entre Calamocha y Luco no tardaran en aparecer, acentuadas a medida que crezcan sus poblaciones y progrese su expansión agrícola. La existencia de unas praderas semivírgenes en los limites entre ambos municipios era un atractiva muy importante para poder ignorarlo. Los conflictos se encadenan hasta que, a comienzos del siglo XVI, se intenta solucionar definitivamente el problema mediante la promulgación de dos sentencias arbitrales, una en el año 1503 sobre los prados y otra en el 1540 sobre la propiedad de las dehesas de los montes.
- En noviembre del año 1503 a consecuencia de los "debafes, diferencias e controversias en et sobre la mojonación del termino de Entrebasaguas y Gascones, y el lugar de Luco, y sobre las aguas et otras cosas" se reunieron los jurados de los concejos de Luco y Calamocha, acompañados de varios diputados de la Comunidad de Daroca, para delimitar los antiguos prados de las aldeas abandonadas y los derechos sobre las aguas. El desaparecido Pozo de los Mojones servirá para separar ambos territorios, dividiendo los prados y demarcando los limites de los términos municipales. Al sur el prado del camino propiedad de Calamocha, al norte un extenso Prao perteneciente al Concejo de Luco.
- Unos años mas tarde, en 1540, se arbitria el problema de la propiedad de los montes. A través de una sentencia arbitral promulgada por el asistente de la Comunidad el 12 de agosto en el pueblo de Romanos, los vecinos de Luco consiguen que una parte de la sierra de Gascones, aunque de propiedad calamochina, quede libre de la veda de pastos, y puedan entrar en ella "libre y francamente" y 'sin pena ni calornnia" durante todo el año. El resto de las dehesas son consideradas propiedad del "termino de Gascones y por lo tanto de Calamocha", gozando en exclusividad sus vecinos de todos los derechos sobre las leñas y pastos.
Las concordias de los años 1503 y 1540, además de repartirse definitivamente el antiguo territorio de las pardinas despobladas, recogen diversas negociaciones sobre las aguas del río Jiloca a su paso por los prados con el objetivo final de arbitrar el proceso roturador de estos yermos. Sin embargo, la puesta en cultiva de estos prados no era nada facil. Como se ha señalado, eran unas tierras muy húmedas y se inundaban frecuentemente con las crecidas del Jiloca. La roturación tenia que ir necesariamente acompañada de una serie de obras que mejoraran el encauzamiento del río y la construcción de una red de acequias que solucionaran los problemas de humedad. En estos casos el objetivo principal de las acequias no era permitir el riego sino encontrar un desagüe que eliminara el exceso de humedad de los campos.
La roturación de los prados
La colonización de los antiguos prados de Gascones y Entrebasaguas pasaba por la construcción de tres nuevas acequias, una en Calamocha, la de los Galachos, y dos en Luco, la acequia molinar y el desvio del cauce del Jiloca a través de la partida de la Revilla.
La construcción de estas tres nuevas acequias, más los brazales y ramales secundarios que las acompañaron, sirvió para repartir el agua del rio madre y suavizar asi sus cíclicos desbordamientos. Evitarlos completamente se antojaba imposible. La mayor parte de las tierras mantuvo su aspecto natural, destinadas a zona de pastos y sotos fluviales. Estos eran imprescindibles para el mantenimiento de la ganadería. Pero también necesitaban nuevas tierras de cultivo para una población en crecimiento y no dudarán en introducir los arados en paisajes que hasta entonces habían mantenido sus caracteres naturales. Era una búsqueda de equilibrio entre las actividades ganaderas y agricolas, una estabilidad que poco a poco se va descompensando hacia la balanza de la agricultura.
La situación cambió sustancialmente con la Guerra de la Independencia. Los cuantiosos suministros que se dieron a las tropas francesas y españolas fueron extraídos en su mayor parte del Pósito Municipal y repartimientos extraordinarios, traspasando la presión fiscal de la guerra directamente a los vecinos. La situación al finalizar la contienda debía ser desastrosa, acentuada por un desbordamiento del río Jiloca en el verano del año 1814 que acabó con parte de las cosechas.
El 20 de diciembre de 1814 el Ayuntamiento de Luco convocaba en un Pleno a todos los vecinos de la localidad y entre todos deciden roturar una gran parte del Prao y repartirla gratuitamente para aliviar la miseria de muchas familias. El reparto del prado de Luco benefició a casi todos los vecinos, concediendo una pequefia parcela a casi todas las familias, variando su extension en función de la posesión o no de animales de labor. Salieron beneficiadas un total de 55 familias, más de la mitad de los aproximadamente 90 vecinos que tenia la localidad, con unas parcelas que oscilaban entre 0,6 y 2,5 robos. Los vecinos que habian adelantado dinero al Ayuntamiento durante la guerra recibieron una porción mayor.
Determinar la superficie roturada es una operación complicada. La Corporación reconocía en 1818 que se habían puesto en cultivo un total de 23,36 hectáreas. La roturación no afectó a todo el prado, quedando un parte muy extensa sin cultivar, ocupada, al igual que lo había sido durante siglos, por frescos pastos y arboles.
Esta situación iba a durar muy poco tiempo, hasta la Guerra carlista. El 22 de octubre de 1837 el Ayuntamiento de Luco, en Concejo Abierto y con la participación de numerosos vecinos, decide vender el resto del antiguo Prado de Luco y pemitir su cultivo. El sistema seguido fue la subasta al mejor postor en pequeñas parcelas. En total se vendieron 33 suertes, 21 de un tamaño de una anegada y las 12 restantes de dos anegadas, que fueron adquiridas por un total de 23 vecinos.
Es el fin del antiguo Prao de Luco. A comienzos de la década de 1840 estaba completamente roturado y en manos de particulares.
Bibliografía
- Benedicto Gimeno, Emilio (1996): "Los prados de Gascones (Calamocha) y Entrebasaguas (Luco). Una aproximación histórica al estudio de las acequias, de los procesos roturadores y de la desamortización de los bienes comunales en la cuenca del río Jiloca", Xiloca: revista del Centro de Estudios del Jiloca, 17, p. 65-89 [Texto completo]