Castillo de Cutanda

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El castillo de Cutanda fue edificado por los musulmanes en un relieve elevado e individualizado, aprovechando los restos de un antiguo asentamiento de época celtibérica, con un carácter estratégico de primer orden. Debió ser devastado en la famosa batalla de Cutanda (1120).

La expansión territorial de Jaime I por el levante peninsular significó el fin de la reconquista para Aragón, y con ella, la definitiva configuración del reino y sus fronteras, y el inicio de una nueva etapa en su historia. A partir de la segunda mitad del siglo XIII la sociedad se desmilitariza. El alejamiento de las fronteras trae consigo la pacificación de los valles del Jiloca y del Pancrudo, y todas las fortalezas pierde su cometido militar, pasando a la retaguardia. La alta nobleza, la Iglesia y las Ordenes Militares, propietarios de numerosos castillos, empiezan a transformarlos para adaptarlos a otras finalidades, más administrativas que militares.

Al igual que otras muchas fortalezas, el castillo de Cutanda se convertirá en un palacio señorial destinado al exclusivo uso de su propietario, el arzobispo de Zaragoza. Según nos cuenta el manuscrito de Diego Espes, se realizarán varias obras en el castillo en los años 1243, 1500 y 1554 destinadas a terminar diversos aposentos, escaleras, chimeneas, etc . El alcaide o tenente de Cutanda, una vez perdidas sus funciones militares, pasó a convertirse en un simple funcionario, pero con gran poder, sobre todo durante el siglo XIV, al considerarlo uno de los máximos delegados arzobispales en el área de Daroca, encargado de controlar y recaudar, día a día, todos los ingresos fiscales que ingresaba el arzobispo. La fortaleza servirá, sobre todo, como almacén donde recaudar y guardar los impuestos que recibía la mitra, para transportarlos posteriormente a Zaragoza. Las rentas del arzobispo en el área de Daroca eran muy variadas. Además del total de los diezmos y primicias de Cutanda también tenía derecho a un porcentaje de lo que se recaudaba en diversas localidades de la Comunidad de Aldeas de Daroca.

Como sucede siempre con el tema de los impuesto, los problemas serán constantes, unos por no pagar, otros por querer cobrar más de los establecido. En el año 1352 el arzobispo Lope Fernández de Luna, para evitar los graves inconvenientes que sus cuarteros, bailes y recaudadores encontraban con la diferente utilización de pesos de medidas, determinaba que, en caso de duda, interviniera previamente el alcaide de Cutanda para solventar las diferencias. A veces, este alcaide se excedía en sus atribuciones, como acontece varios años después, en 1377, cuando interviene nuevamente el arzobispo, enviando una carta al alcaide para ordenarle que sólo cobre los impuestos que tradicionalmente se han recaudado, y no imponga cargas nuevas, pues ha recibido una queja de los vicarios y clérigos del arzobispado de Daroca. El alcaide cutandino intentará sacar el máximo beneficio personal de su función, ya fuera cobrando más de la cuenta o reteniendo una parte superior a la que le correspondía. Del monto total del cereal recaudado, el alcaide solía coger “tres o más fanegas bien colmadas”, con el argumento de garantizar su provisión y la de su caballo. En el año 1352, el arzobispo determina que dicho alcaide sólo podrá sustraer en su beneficio “tres fanegas rasas, no acumuladas”, y que no podrá exigir ningún gasto más por la recaudación. En caso de que no cumpla esta orden, el arzobispo Lope Fernández de Luna le amenaza con imponerle una multa de 100 solidos .

Además de los asuntos administrativos, desde la villa de Cutanda también se controlaban ciertos aspectos religiosos del área de Daroca, ejecutados en este caso por otros delegados arzobispales, enviados para estas funciones desde Zaragoza. Estos delegados solían alojarse en el castillo, y desde allí, llamaban en audiencia a las personas interesadas, o les enviaban resoluciones por escrito. En noviembre de 1346 el vicario Guido llegaba a Cutanda para ejecutar una serie de mandatos, y sin salir de esta localidad emite una serie de documentos: advierte a los mercaderes que compraron la primicia de Calamocha que la deben pagar antes de seis días, bajo pena de excomunión; manda al vicario de Calamocha que, con el dinero de esa primicia, adquiera una cruz de plata y otros ornamentos para la iglesia; y finalmente ordena a diversos hombres de Teruel y Jarque a que entreguen los diezmos que deben al rector de Hinojosa .

A finales de la Edad Media el castillo de Cutanda se había convertido en una especie de delegación arzobispal, de carácter civil, desde donde se controlaban y administraban todos los intereses que tenía la mitra en esta zona de Aragón, pero nunca perdió su carácter de fortaleza. Durante las guerras contra Castilla volverá a asumir funciones defensivas. Según cuenta Rafael Esteban, el castillo de Cutanda, en el año 1449, fue defendido por Fray Hugo de Cervellón de las incursiones de los castellanos quienes, mandados por Gómez Carrillo, se dedicaron a asaltar los pueblos de Bañón, Rubielos de la Cérida y Cosa, robando todos sus ganados. Poco después, en el año 1453, el valle del Pancrudo sufrió otra incursión de las tropas castellanas, que llegaron a saquear Navarrete y Lechago.


La destrucción del castillo

Una vez acabada la Primera Guerra Carlista fue esta milicia local la encargada de defender y mantener en perfecto estado el castillo, recibiendo de vez en cuando el apoyo de alguna pequeña brigada del ejército que hasta aquí se desplazaba. Se temía una contraofensiva carlista. En diciembre de 1843 el Jefe Político de Teruel enviaba una carta al ayuntamiento para que vigilara el pueblo a fin de capturar a cualquier persona sospechosa, pues tiene la noticia de que “veinte oficiales facciosos vienen destinados al maestrazgo por la Junta que los carlistas tienen en Tolousse… los cuales piensan hacer el tránsito clandestinamente y disfrazados” . En febrero de 1844 se remite una nueva carta informando de la intención de poner en marcha un batallón de 100 hombres en cada uno de los partidos judiciales, y que estos batallones han de ser mantenidos mediante un repartimiento entre los pueblos que integran cada partido . En enero de 1845 se vuelve a informar al Ayuntamiento de la presencia de “hombres vestidos con calzón corto y armados de trabucos” que pertenecen a las facciones carlistas, recomendándole que arme a los vecinos con las armas que haya disponibles.

En mayo de 1855, tras unos movimientos inquietantes de los sectores carlistas turolenses, el alcalde se dirigió al Capitán General de Aragón para exponerle la situación en que se encuentra el castillo. Le comenta en primer lugar la falta de armas y municiones. La milicia nacional de la localidad sólo cuenta con 8 escopetas de caza, de las cuales tres están inutilizadas y en dos de ellas no cabe la actual munición pues tienen un calibre más pequeño. A continuación señala que el Ayuntamiento y la pequeña brigada de nacionales que se aloja en el castillo están muy temerosos ya que con sus fuerzas no pueden mantener la posición. Es necesario que le envíe municiones y el apoyo de nuevas tropas .

Este episodio documentado durante el bienio progresista será la última noticia que se conserva sobre la fortaleza militar. Tras la consolidación definitiva de los liberales en el poder, el castillo de Cutanda perdió su papel estratégico y fue abandonado. Al carecer de funciones militares el proceso de deterioro de la fortaleza fue imparable. En junio de 1859 se inicia el desmantelamiento de varios habitáculos, posiblemente de las caballerizas y corralizas, para aprovechar sus tejas, pues se estaban realizando reformas en la torre de la iglesia y había necesidad de materiales . Este primer desmantelamiento de la antigua fortificación, ya en desuso, nos aporta una información que se repetirá posteriormente. A medida que la villa crecía en población, se necesitaba un número creciente de piedras, vigas y tejas para edificar las casas, y estos materiales procedieron en gran medida del castillo medieval, que poco a poco será desmantelado.

En enero de 1869 el Ayuntamiento solicitaba autorización al Gobierno Civil, institución de la que dependía el edificio, “para demoler el castillo a fin de evitar funestos resultados, por hallarse en su mayor parte en estado ruinoso”. En abril de este mismo año se contrataba a Santiago Herrera para que proceda a la demolición, pagándole 500 reales de vellón por su trabajo. En el contrato figuraba que se deberían arrasar las paredes de la muralla que se encontraba frente al pueblo hasta el primer piso. La mitad del ladrillo que se sacara, la mitad de las puertas y ventanas y toda la piedra quedará a disposición de los vecinos. Las vigas de madera y la mitad del ladrillo quedarán en manos de Santiago Herrera, quien obtenía de este modo un complemento a su trabajo. Respecto a las tejas, se daba por supuesto que habían sido arrancadas en años anteriores, aunque se detalla que si salieran algunas otras la mitad sería también para el pueblo .

A lo largo de 1869 se destruyó la mayor parte del castillo, desmantelado de arriba hasta abajo para aprovechar sus materiales. El primer piso debió quedar intacto, pero desde entonces han sido muchos los vecinos que subieron al cerro para arrancar los sillares, reutilizándolos en sus casas y corrales, dejándolo prácticamente en los cimientos, tal y como se conserva en la actualidad.

Ha sido incluido como castillo en la relación de Bienes de Interés Cultural aprobada por el Gobierno de Aragón y publicada en el BOA el 22 de mayo de 2006.

Bibliografía

  • BENEDICTO GIMENO, Emilio (2002): Historia de la villa de Cutanda. Calamocha, Centro de Estudios del Jiloca.
  • BENITO MARTIN, Félix (1991): Inventario arquitectónico. Teruel. Zaragoza, Diputación General de Aragón.
  • ANDRES Y VALERO, Florentín (1960): ``Castillos turolenses´´. Teruel, Teruel, 24, pág. 145-175
  • GUITART APARICIO, Cristóbal (1979): Castillos de Aragón. 2: Desde el segundo cuarto del siglo XIII hasta el siglo XIX. Zaragoza, Librería General.