Islam

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En el año 711 los musulmanes atraviesan el estrecho de Gibraltar y penetran en la Península Ibérica llamados por uno de los bandos nobiliarios que luchaban por controlar el poder. La resistencia de los visigodos fue prácticamente inexistente, ni su ejército pudo hacerles frente, ni la población hispana tenía interés en conservar una sociedad con la que no se identificaba.


La Conquista

En 713 Musà ibn Nusayr (gobernador del Magreb) y su lugarteniente Tariq ibn Zizad conquistan las Serranías Ibéricas y penetran en el valle del Ebro, integrando todas estas tierras en un nuevo sistema administrativo que denominarán Marca o Frontera Superior. Cuando llegaron los musulmanes al valle del Ebro las viejas ciudades iberorromanas del valle del Jiloca ya no existían. Quedaba alguna población residual, pero ni un solo centro urbano de importancia.

El distrito de Calatayud, perteneciente a la Marca Superior era un territorio estratégico por ser una zona de paso obligado para ir a Toledo (capital de la Marca Media). El distrito de Calatayud se extendia por la cuenca del Jalón y del Jiloca. Abd Allah, de la familia yemení Banu Muhayir debió instalarse en el importante castillo de Daruqa en esos primeros años. En los siglos posteriores, saldrá de esta familia el primer califa de Zaragoza.

Hacia el año 740 empiezan unas luchas y agitaciones internas, causadas por la diversidad de pueblos y linajes existentes entre los musulmanes conquistadores. En el año 755 se proclama el primer emirato de Al-Andalus, independiente del Magreb, instalándose la dinastía Omeya. Es en estos primeros años es cuando Carlomagno llega a Zaragoza con sus tropas, pero es derrotado. El emir Muhammad I en el año 862 manda a Adb al-Rahman al-Tuyibi (hombre de su confianza de los tuyibies de Daroca) a matar al gobernador de Calatayud y ocupar su lugar. Desde allí reforzaría la ciudad y hostigaría a los musulmanes rebeldes. Deja el gobierno de Daroca a Abd al-Aziz (hijo del anterior). Yunus, hijo de Adb alAziz, será a su vez nombrado gobernador de Daroca después de su padre.

Son muy pocos los datos que poseemos sobre la organización administrativa y el funcionamiento de las instituciones musulmanas en lo que posteriormente sería el reino de Aragón. Los cronistas y autores árabes sólo hablan de la administración central, del califato cordobés, no aportando nada de los diversos organismos periféricos. La Frontera Superior, cuya capital estaba localizada en Zaragoza, estaba gobernada por un wali o jefe militar designado directamente desde Córdoba. De este personaje dependían los gobernadores de los distintos distritos en que se dividía la Marca y que, según el historiador y geógrafo cordobés Ahmad al-Razi, en las actuales tierras aragonesas, eran los siguientes: Zaragoza, Huesca, Calatayud, Barbitaniya y Barusa (región situada entre el río Piedra y Molina). Cada uno de estos distritos se dividía a su vez en varios aqalim o comarcas, entre otros el iqlim de Qutanda, unas pequeñas áreas configuradas en función del medio natural y limitadas geográficamente por accidentes orográficos o por cuencas fluviales. Esta división administrativa en distritos y comarcas permaneció bastante estable hasta el derrumbamiento del Califato de Córdoba en el año 1031.

Para estructurar el territorio, los musulmanes fundaron Daroca en la segunda mitad del siglo VIII. En el lugar donde hoy está el castillo Mayor se construyó una fortaleza y al abrigo de sus pies se formó un núcleo urbano que recibió el nombre Daruqa. La primera mención documental de la ciudad data del año 837; aparece como ciudad de cierta importancia en el norte de al-Andalus, donde se había instalado la familia de los Banu al-Muhayir, que pertenecían a la tribu de los tuyibíes, o árabes del sur, procedentes del Yemen.

La lejanía de la Marca Superior del poder califal establecido en Córdoba, y su carácter de zona fronteriza, en continua lucha con los cristianos de los Pirineos, otorgaba al wali zaragozano bastante autonomía política, hasta el punto que desde el gobierno central se contentaron, en algunos momentos, con exigir exclusivamente cierta lealtad a sus gobernadores, dejándoles a cambio una autoridad prácticamente ilimitada. Pero autonomía no significaba independencia, como lo demuestran las continuas intervenciones militares de los califas cordobeses para someter a algunos gobernadores díscolos.

A raíz de una de estas intervenciones aparecerán los primeros datos documentales sobre el valle del Jiloca en época musulmana. En el primer tercio del siglo X el gobernador de Zaragoza, Muhammad ibn Hasim, se niega a enviar tropas para la campaña de verano contra los cristianos. El califa Abd al-Rahman an-Nasir arma un ejército en el año 937 y sale de Córdoba con dirección a Zaragoza, siguiendo en su últimas etapas el valle del Jiloca, atravesando en su camino, entre otras, las localidades de mahallat Lnqa (posiblemente el Poyo del Cid), Qalamusa (Calamocha) y Daruqa (Daroca).

Surgimiento de los reinos de Taifas

El Califato se mantuvo fuerte y unificado hasta principios del siglo XI, momento en el que estalla una guerra civil en Córdoba que provoca el derrumbe de la dinastía Omeya. Hacia el año 1031 todo al-Andalus se fragmentaba en numerosos reinos de taifas independientes. En Zaragoza se constituye uno de las más florecientes, dependiente de los Tuyibies, clientes de los Omeyas, y unos años más tarde, en 1038, pasaba a manos de Sulaymán, de la dinastía de los Banu Hud.

Con la aparición de las taifas la organización territorial de la Marca Superior cambia completamente. Establecer su delimitación es bastante complicado, sobre todo en lo que afecta a las Serranías Ibéricas. Según se puede apreciar en las escasas fuentes documentales, el valle del Pancrudo, junto con la fortaleza de Qutanda, quedaría adscrito a la taifa zaragozana, convirtiéndose en zona fronteriza. Al sur del Pancrudo, la taifa de Saragusta limitaría con la poderosa taifa de los Banu Razi de Albarracín, que controlarían el valle del Jiloca y las localidades de Qalamusa y Daruqa [1] .

En el valle del Ebro las relaciones entre los musulmanes y los cristianos del norte fueron siempre muy complejas, oscilando entre las violentas luchas para controlar el territorio hasta las colaboraciones y alianzas frente al poder central de Córdoba. Tras la desmembración del Califato, con los Banu Hud en el trono de Zaragoza, las estrategias de colaboración con los cristianos alcanzarán su máximo grado, utilizándolas para combatir a los otros reyes musulmanes o para solucionar problemas y disidencias internas. En el año 1045 el rey de Zaragoza contrata a Fernando I, monarca castellano, para arrasar la taifa de Toledo, y poco después, a mediados del siglo XI Ahmad, dueño de la taifa zaragozana, ofrece una gran cantidad de dinero a Ramiro I, rey de Aragón, para que dejara pasar tropas por su territorio y poder luchar de este modo contra su hermano Yusuf, rey de Lérida.

La solicitud de ayuda a los cristianos también incluía la contratación de mercenarios que, a cambió de diferentes prebendas, vendían sus fuerzas a las tropas islámicas. Cuando El Cid fue desterrado por Alfonso VI en el año 1081, solicitó alojamiento en la taifa de Zaragoza, pasando a servir al rey Almuqtadir, quien lo utilizó para luchar contra el rey de Aragón y el conde de Barcelona, y también contra el monarca musulmán de Lérida. En el año 1089, una vez levantado el destierro, y nuevamente a las órdenes del rey de Castilla, el Cid organiza una expedición contra el Levante peninsular en un intento por frenar a las tropas almorávides. En este año se asienta sobre El Poyo, donde pasó la pascua de Pentecostes (20 de mayo), exigiendo tributos a los pueblos cercanos, entre los que se encontrarían, seguramente, las alquerías del iqlim de Cutanda. Según se indica en El cantar del Mio Cid, desde el refugio de El Poyo somete a toda la cabecera del valle del Jiloca y su entorno, y a los valles de los ríos Martín y Aguas Vivas. Posteriormente se desplaza hacia el Este para acabar acampando en Tevar.

Todas estas alianzas enriquecieron a muchos reyes cristianos, cobrando a los musulmanes pingües tributos a cambio de no molestarles en sus luchas fraticidas. Al mismo tiempo, las compras y prebendas, unidas a la propia sangría financiera de las guerras internas, debilitaron enormemente el poder musulmán. Los cristianos jugaron hábilmente su baza y, si en una época se contentaron con cobrar tributos y ayudar a los musulmanes, llegado el momento preciso, decidirán participar también en la guerra, procediendo a la conquista y anexión de los territorios de sus antiguos aliados [2].

En el último cuarto del siglo XI los cristianos proceden a una ofensiva generalizada sobre un territorio andalusí muy debilitado. Toledo cae en manos del castellano Alfonso VI en el año 1085. En la Marca Superior, las campañas militares de Sancho Ramírez y Pedro I permitieron la ocupación de posiciones estratégicas como Ayerbe, Huesca, Alquézar, Barbastro, Graus y Monzón. Las derrotas musulmanas se sucedían una tras otra, lo que motivo que el rey de la taifa de Sevilla solicitara ayuda militar a los almorávides, un pueblo guerrero que se había apoderado pocos años antes de todo Marruecos. En 1086 el emir almorávide Yusuf ben Tashfin atraviesa el estrecho de Gibraltar y derrota al rey castellano en la batalla de Sagrajas, cerca de Badajoz. A partir de este momento, los almorávides se extienden por toda la Península Ibérica unificando nuevamente a los pueblos musulmanes bajo un sólo gobierno. Las taifas de Albarracín y Zaragoza resistirán algunos años. La primera será ocupada por los almorávides en el año 1104. En el caso de Zaragoza, serán sus propios habitantes quienes, en el año 1110, expulsen al ultimo soberano, Imad al-Dawla, y permitan la entrada de los almorávides, su última esperanza de salvación frente a la ofensiva cristiana.