Cáñamo

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Desde comienzos del siglo XVIII el valle del Jiloca experimenta una incipiente especialización agrícola basada en el cultivo del cáñamo y si transformación local en sogas, lienzos y alpargatas por numerosos artesanos.

El cáñamo es un aplanta originaria de oriente, pero que se adapta bastante bien a las características de la cuenca del Jiloca. A pesar de ser un cultivo muy exigente, necesitando para su crecimiento agua abundante y unas determinada composición química de los suelos, encuentra lo que necesita en las terrazas fluviales del Jiloca. Los suelos fríos suelen limitar su crecimiento, pero no son ningún problema insalvable, ya que el cáñamo crece y madura rápidamente, en el espacio de cuatro o cinco meses.

El cáñamo es un plata agotante del suelo, por lo que necesita abundantes abonos. Tradicionalmente se ha estercolado fuertemente, pero por si solo no es suficiente. Para incrementar la fertilidad de los suelos se solía dejar el terreno yermo mediante un barbecho anual o bianual, dependiendo de la calidad del regadío, o recurrir a una alternancia de cultivos. Para recomponer los nutrientes minerales absorvidos por la planta se creaba una especie de estiércol vegetal utilizando las hojas del cáñamo que no se aprovechaban como fibra textil. Las hojas se amontonaban y se dejaban fermentar, mezclándose después con el propio estiércol animal.

Elaboración de las fibras textiles

Agramaderos de Villarquemado

La cantidad de semilla plantada determinaba la calidad y uso de las plantas. Si se siembra espesa, crecen plantas muy alargadas con una hebra fina y delicada, muy adecuada para tejer sábanas y paños de calidad. Reduciendo la cantidad de semilla las plantas podían desarrollarse más, aportando más cañamones y un tallo y hebra más recio, utilizado para la fabricación de sogas resistentes, aperos para los animales y suelas de alpargatas.

Tras la recolección, los tallos eran transportados a los agramaderos atados en haces. Los agramaderos eran una especie de balsas en donde se sumergían los haces para evitar que se secaran y se rompieran las hebras, y para favorecer la disgregación de los hilos. El oficio de agramador era uno de los más extendidos en el valle del Jiloca.

El proceso de separación de las hebras se realizaba en los agramaderos mediante cepillos de púas metálicas. Los tallos del cáñamo se extendían en mesas de madera y eran seccionados longitudinalmente con los cepillos. Las hebras se individualizaban separándose de la parte exterior de los tallos para posteriormente ser trenzadas en largas sogas de diferentes tamaños.

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Bibliografía

  • Benedicto Gimeno, Emilio (1992): "Estudio sobre la economía calamochina del primer tercio del siglo XIX . 1" Xiloca: revista del Centro de Estudios del Jiloca, 11, p. 151-174 [Texto completo]