Casino Agrícola e Industrial de Monreal del Campo

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Casino de Monreal

Los inicios del Casino Agrícola e Industrial de Monreal del Campo se corresponden con el primer quinquenio del siglo XX y fueron contados por El Diario de Teruel, 16/4/1903 en la que se daba la noticia de su inauguración dos días antes: “Otra noticia que demuestra los deseos de no quedarse estos vecinos a la zaga de los pueblos ilustrados y cultos, es el haber constituido una sociedad para el recreo y solaz de los socios... reuniéndose todos en un fraternal banquete con las autoridades locales, pronunciándose al final un brindis...”

Continuaba el periodista contando que el párroco pronunció un elocuente discurso a la vez que “el lunes por la noche tuvo la galantería la Junta del Casino de dar un baile en sus salones al que asistieron las autoridades locales, pronunciándose al final un brindis”. Con evidente retraso con respecto a otras localidades -en algunos casos ya se fundaron casinos o entidades parecidas a mediados del siglo XIX-, nacía en Monreal del Campo una sociedad o círculo, de ámbito privado, cuya sede se iba a convertir en lugar de reunión con una finalidad preferentemente lúdica, y además, “no poseía carácter político ni religioso”, tal como se establecía en los estatutos. Este hecho contrastaba claramente con aquellos casinos que en esos años se definían políticamente como “republicano”, “liberal” o “conservador”, y es que en el caso de Monreal se trataba exclusivamente de “una sociedad que tenía por objeto proporcionar esparcimiento y solaz a los individuos que la componían mediante todo tipo de distracciones de decoroso entretenimiento y cultura”.

Es poco creíble, no obstante, que aquella entidad, con una mayoría de socios de ideología conservadora, pudiera tener un carácter “apolítico”, aunque sí que es verdad que no estuvo vinculada a ningún partido político o a una línea ideológica concreta. Pero, por otra parte, también sería ingenuo pensar que desde sus salones, como grupo de presión, no debió intervenir en asuntos locales como elaborar listas de candidatos a la Corporación, atacar o defender al gobierno municipal, etc.

Lo que sí es meridianamente cierto es que el Casino no fue, en sus más de treinta años de andadura, una entidad popular, ni pudo acceder a él la mayoría de la población cuya situación económica, generalmente precaria, no les permitía pagar una cuota de entrada y luego otra mensual. Hay unos criterios definitorios de ese carácter elitista y aristocrático que bien podían ser los siguientes:

  • El propio perfil de los miembros de la sociedad, ya que la mayoría de los socios eran labradores, funcionarios, propietarios, comerciantes e industriales, a los que había que añadir los que figuraban en el artículo 24 del Reglamento: “Serán socios honorarios del Casino los señores Alcaldes, Juez municipal, Cura párroco y Jefe militar de esta Villa”.
  • Algunos de los requisitos que se exigían para ser socios: una determinada posición económica, un comportamiento “adecuado” y una “moral” intachable.
  • En los primeros años sólo se podía acceder al Casino si otro socio de “prestigio” te presentaba y, en realidad, te “apadrinaba”.
  • La elevación de la cuota de entrada de forma arbitraria con lo que se convertía en un instrumento selectivo y disuasorio para la gente con pocos recursos económicos.

Como vemos, a pesar de ser una asociación abierta según los estatutos, los criterios de admisión impedían la entrada a los jornaleros y familias pobres de la localidad.


Los socios

Según el Reglamento de 1903, existían tres tipos de socios: de número, transeúntes (que eran minoritarios porque solían ser los funcionarios que cambiaban de destino) y los honorarios que ya hemos citado.

El acceso, como se ha visto, era algo complejo y selectivo, pues se podían presentar impugnaciones por parte de la Junta Directiva, se podía valorar negativamente la “honradez, la reputación o la moralidad” del aspirante y lo más importante, había que contar con cierto nivel de rentas.

Por el “privilegio” de ser socio se tenían unos derechos como los siguientes: participar en las asambleas generales, disfrutar de las instalaciones y de los juegos, participar en las fiestas que organizaba la Directiva, lectura de la prensa…etc.

Los miembros directivos relacionados con la agricultura eran el grupo más representado si incluimos en él a los propietarios y labradores que sumaban más del 40%, mientras los representantes del sector servicios andaban en torno al 35%, llamando la atención el número de funcionarios que pasaba del 14 por ciento. Por último, reconocer la escasa representación de jornaleros, debido seguramente a las dificultades que podían tener para abonar las cuotas. Por otra parte, hay que hablar de que los socios con mayor poder económico controlaron la Junta Directiva durante más de tres décadas ya que comerciantes, industriales o labradores acomodados figuran casi todos ellos en las listas de mayores contribuyentes.


Las cuotas

Este tipo de entidades, de carácter preferentemente lúdico, solían financiarse mediante el pago de una cuota para poder acceder como socio y luego otra mensual cuya cuantía era mucho más reducida.

A principios de siglo XX (1903) la cuota de entrada se fijó en 15 pesetas, cantidad que pocas personas de la localidad podían pagar porque, además, había que abonarlas en metálico y nunca en especies (trigo, azafrán…) tal como se solía hacer en otras asociaciones o cofradías en esos años.

No es de extrañar que el número de socios en los primeros años fuera muy reducido porque los integrantes del Casino debían de tener un desmedido afán selectivo y elitista. Es por ello que tres años más tarde, en 1906, la Junta Directiva acordase rebajar la entrada y situarla en tres pesetas. No obstante, esta cantidad sufrió numerosos vaivenes a conveniencia de Dirección, ya que en 1923 se elevó hasta 75 pesetas y en 1933, a 150 pesetas. Con estos elevados incrementos se pretendía que sólo entraran aquellas personas que alcanzasen un determinado nivel social y económico, de tal forma que cuando la Junta Directiva pensaba que había demasiados socios, se elevaba la cuota y así se limitaba el acceso.

Fue en el periodo de la II República cuando se alcanzó o se permitió la entrada de un mayor número de socios, consecuencia seguramente de la mayor democratización política del momento. No obstante, en 1933, se multiplicó por diez la cantidad a pagar para poder ser miembro del Casino, con lo que se pasó de 15 a 150 pesetas.

Por lo que respecta a la cuota mensual, su cantidad era bastante reducida, pues al principio se pagaba una peseta, para duplicarse en 1927 y reducirse a 1´50 pesetas en 1933. Como se puede comprobar esta cantidad era más llevadera que la que se abonaba como cuota de entraba, con lo que se confirma aún más su carácter selectivo.

El casino cumplía la función de un bar, con lo que operaba como un local expendedor de bebidas, pero exclusivamente para socios.


Actividades más destacadas

El Casino cumplía, en principio, la función de un bar, con lo que operaba como un local expendedor de bebidas, pero exclusivamente para socios, sin permitir la entrada de personas ajenas, aunque sólo fuera para tomar un café.

Además, en los estatutos, se hablaba de que la Junta Directiva podría dar todo tipo de “veladas” para el entretenimiento y solaz de los integrantes del Círculo, que podían durar hasta la una (invierno) o las dos (verano) de la mañana, con lo que el abanico de actividades podía ser amplísimo, solamente limitado por el criterio de los miembros integrantes del Círculo. Las más habituales y apreciadas por los miembros del Casino eran, sobre todo, éstas: el baile, los juegos de cartas, la lectura de prensa y, más adelante, el cine.

Además, casi todas las fiestas populares eran celebradas por los afiliados al Casino en la sede, de forma privada y separados del resto de habitantes de Monreal del Campo. Así, a principios de año se fijaban los días festivos que iban a celebrar los socios dentro del local de la asociación y cuya actividad más señalada era el baile. Este festejo era el más repetido y selectivo, ya que sólo se admitía a familiares directos del socio. He aquí un testimonio de este exagerado “derecho de admisión” recogido en un acta de 2 de febrero de 1905:

“Que habiéndose observado que algunos socios se hacen acompañar a las veladas y bailes del Casino por sus dependientes [de el comercio, se entiende] y por los criados [del campo o domésticos] se haga saber por medio de aviso que tanto los dependientes como los criados no forman parte de la familia de los socios de la que habla el Reglamento y que aquella sólo la constituyen las mujeres y los hijos y por tanto se prohíbe la asistencia de los primeros”

La Junta Directiva era previsora y al principio de cada año se fijaban en acta los días festivos en los que iban a celebrarse los bailes y que en 1931 eran éstos: Reyes, San Blas, Carnavales, Domingo de Pascua, San Pedro, Santiago, Santa Ana, la Inmaculada y Navidad.

Esta actividad festiva tan apreciada estaba perfectamente regulada en el Reglamento de 1927, en cuyo articulado se hacía gala de cierto paternalismo y de una gran preocupación por el comportamiento de los socios ante las mujeres, a los que se recomendaba mantener ciertas actitudes que ahora nos parecen algo trasnochadas: “En los bailes familiares… habrán de demostrar los socios su mayor cultura, educación y mayor observancia del reglamento, puesto que se trata del bello sexo, digno de toda clase de deferencias y respeto… Baílese descubierto, sin embozos, sin fumar y tratando con respeto a su compañera y demás parejas del baile”. Concluía este capítulo con una advertencia o llamada al orden: “Todo el que no guarde las debidas formalidades y prescripciones será expulsado también de la Sociedad”.

Además del baile, el juego de cartas era otra de las actividades que más aceptación tenía entre los socios al que dedicaban muchas tardes ociosas, especialmente en invierno. Los propios estatutos del Reglamento permitían esta diversión: “Serán consentidos en el casino todos los juegos autorizados por la ley; quedan prohibidos los de envite y azar”.

Jugar al subastado o al tute era gratuito al principio, pero a partir de 1916 se pasó a pagar un canon de 25 céntimos a cada mesa. Unos años más tarde, el 24 de febrero de 1924, se elevó la cantidad a pagar: “En vista de los pocos fondos con que dispone esta Sociedad y habiendo necesidad de introducir reformas de consideración, se acuerda imponer un impuesto a los juegos permitidos por la ley de 0´50 pesetas por mesa y sesión. Se exceptúan del impuesto del dominó y el guiñote”, seguramente por tener mayor aceptación.

Otra de las “distracciones” más característica de los casinos, y el de Monreal del Campo no podía ser menos, era la lectura de prensa. Desde su fundación la Sociedad estaba suscrita a varios periódicos y revistas de tendencia conservadora, por lo general, que se solían encuadernar y colocar en los anaqueles a disposición del lector. En este primer tercio del siglo XX, en el que el papel impreso era “rara avis”, fue seguramente el Casino el único lugar privilegiado de la localidad donde se podía consultar y disfrutar de la prensa y leer u ojear revistas del momento como el “Progreso Agrícola”, “Agricultura y Zootecnia”, “La Ilustración Española”, “Nuevo Mundo”, ” Blanco y Negro”, etc.

Todas estas publicaciones se inventariaban y pasaban de un ejercicio a otro. Así en 1905, la Junta Directiva entrante se hizo cargo de “La colección de año y medio de La Ilustración Española y Americana, de El Progreso Agrícola y Pecuario, de Nuevo Mundo”. Esto demostraba que, desde el inicio, la institución estaba suscrita a diversas revistas que, por otra parte, solían tener muchas imágenes e ilustraciones para el gozo de los lectores, ya que en aquellos momentos la fotografía era un bien escaso.

También se podían consultar diariamente periódicos de ideología conservadora como el veterano “Heraldo de Aragón”, el valenciano “Las Provincias” o el “Heraldo de Madrid” que se publicó entre 1890 y 1936.

Los inicios del cine estable debieron estar vinculados al Casino Agrícola e Industrial, puesto que el 8 de septiembre de 1926 en el Gobierno Civil de Teruel se presentaba una solicitud para abrir una sala de proyección cinematográfica. El firmante del escrito no era otro que Francisco Pomar Latorre, de profesión “industrial”, propietario y conserje del local que albergaba el Casino. Como la casona era de considerable tamaño y había espacio suficiente, además de los locales para los socios, se construyó la sala del cine que en un principio sólo estaría formado por la zona del patio de butacas, por lo que el aforo alcanzaría unas doscientas plazas.

Al año siguiente (1927) empezaba a funcionar el Monreal Cinema (popularmente conocido como el “Cine del Casino”) pero, según su propietario, al principio, fue privado y sólo debía de estar abierto para los socios. La mayoría de los habitantes de la localidad, en esos momentos, sólo podían ver películas en fechas concretas que coincidían con la llegada del cine ambulante. Posteriormente, desconocemos en qué fecha, se abriría el cine del Casino a todo el público.

Al principio se instaló una máquina de cine mudo -hay que recordar que el cine sonoro llegó a Teruel capital en 1931-, de origen alemán seguramente, manejada por el dueño que poseía carnet de maquinista. Tras su muerte, en los años cincuenta, fue su hijo, Gonzalo Pomar, quien proyectaba las películas. Al no oírse los diálogos en los primeros filmes, se colocaban rótulos entre los fotogramas para que la gente comprendiera el desarrollo de la película. Durante la Guerra Civil el cine permaneció cerrado, pues se dedicó al almacenaje de material militar. Posteriormente, se instaló una máquina nueva y se realizó una reforma que consistió en la construcción de un anfiteatro en la parte de arriba, con los que el aforo se incrementó hasta cerca de 350 personas.

El final del Casino como entidad social privada coincidió prácticamente con la Guerra Civil, ya que la última de las actas que se conserva es de 1 de enero de 1937, cuando era presidente Antonio Moreno Monforte, médico que iba a ser Jefe de Falange local y comarcal y, posteriormente, alcalde de Teruel.

Aunque no existe acta de disolución, que nosotros sepamos, la Sociedad desapareció y dejó de realizar las actividades habituales. Se ha conservado hasta el día de hoy el nombre genérico de “casino”, sirviendo para denominar al bar con servicio de restaurante que todavía funciona en el antiguo local.


Bibliografía