Daroca en la Edad Media

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Conquistada la ciudad de Daroca en el mes de junio de 1120 por el rey Alfonso I de Aragón, fue dotada en 1142 de un fuero de repoblación que incluía un amplísimo territorio de casi diez mil kilómetros cuadrados y más de doscientas aldeas, entre el valle del Ebro y el sur de Teruel, y la frontera con Castilla y las tierras de Montalbán y el Maestrazgo. La villa de Daroca creció con nuevos barrios y arrabales a lo largo del siglo XII gracias a las numerosas y variadas gentes que acudieron a Daroca desde Francia, Castilla, Aragón, Navarra y Cataluña a causa de las amplias libertades que en ese fuero se contenían: "Yo, Ramón Berenguer, príncipe de Aragón, hago esta carta a los barones y pobladores de Daroca y les doy fuero para que sean libres..." Así reza uno de los párrafos del famoso fuero, un verdadero oasis de libertades en medio de una Europa feudal en la que la mayoría de los pobladores eran siervos.

Nadie fue en aquella Europa feudal tan libre como los darocenses. Fue entonces cuando se construyó el barrio de la Franquería, articulado en torno a la calle Mayor, de más de seiscientos metros de longitud y ocho de anchura, que la convierten en una de las calles medievales más amplias y monumentales de Europa. Centro político, jurídico y económico de una extensa área, Daroca fue un emporio comercial, con celebración de muy afamadas ferias que atraían a gentes de Castilla, Cataluña, Valencia y sur de Francia –hasta setenta y ocho días al año fueron feriados en los siglos XVI y XVII– y cultural, pues fue dotada de escuela eclesiástica, de gramática y de un estudio de artes. En la ciudad se ubicaron importantes talleres de pintores, escultores y orfebres, y sus capillas de música y sus músicos alcanzaron gran fama. Bartolomé Bermejo, probablemente el pintor más genial del siglo XV hispano, pintó y tuvo taller en Daroca.

Fortaleza principal del reino de Aragón, en el siglo XII como frontera ante el Islam y a partir del siglo XIII frente a Castilla, Daroca se rodeó de un amplísimo cinturón de murallas de tapial, ladrillo y piedra de casi cuatro kilómetros de extensión, con tres castillos, más de cien torreones y varias puertas, dos de ellas, la Baja y la Alta, monumentales. Dentro del recinto murado y en el arrabal exterior crecieron iglesias, monasterios y a partir del siglo XV palacios y casonas; hasta veinte iglesias, seis conventos y varias decenas de palacios y casas palaciegas llegó a contar Daroca. De todo ello conserva menos del cincuenta por ciento, pese a lo cual, esta ciudad sigue siendo una de las de más rico patrimonio monumental de Aragón.

Durante la Edad Media coexistieron en Daroca tres comunidades religiosas: la cristiana, mayoritaria y dominante, la musulmana, con una población de más de trescientos miembros que se reunían en torno a un barrio propio con su mezquita y sus servicios, y la judía, que llegó a ser la tercera aljama de Aragón en el siglo XIII.

Centro de la famosa y todavía añorada, Comunidad de aldeas de Daroca, aunque excluida de ella, fue sede en la que se celebraron Cortes del reino. La ciudad, que perdió a los judíos, expulsados en 1492, y a los moriscos, en 1610, se siguió embelleciendo en los siglos XVI y XVII con nuevos palacios y edificios. Pero fue a mediados del siglo XVI cuando los darocenses construyeron su obra más descomunal, tras quizás las murallas. Se trata de la famosa Mina, un gigantesco túnel de quinientos veinte metros de longitud, seis de anchura y siete de altura que atraviesa una montaña y que fue horadado para que las aguas de las tormentas no atravesaran el centro de la ciudad –varias veces el agua destruyó numerosas casas– y tuvieran salida al río. La Mina es probablemente la obra hidráulica más importante de la Europa moderna.