Valle del Pancrudo

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Chopera en el Pancrudo

La cuenca del río Pancrudo tiene una extensión de 468 km2, lo que supone el 18,1 por ciento de la superficie total del valle del Jiloca.

Al norte limita con la Rambla de Cuencabuena y el macizo de Sierra Pelarda; al sur con la Sierra de Lidón; al oeste con una pequeña sierra que desde Lechago hasta Bañón la separa del valle del Jiloca; y al este un conjunto de montañas que sirven para separar las aguas con las cuencas de los ríos Aguas, Vivel y Segura.


Muelas y valles

La apariencia actual del valle es el resultado de una profunda erosión que las devastadoras ramblas han ido produciendo sobre la capa horizontal de una plataforma pontiense, quedando como testimonio de esa antigua plataforma numerosas muelas que confieren al conjunto un aspecto tablar de gran nitidez, sobre todo en la zona de Cuencabuena, Navarrete del Río y Cutanda. Destacan la Muela Alta, 1075 m.; Peñalba, 1076 m.; la Muela de Cutanda o los Llanos interpuestos entre Bañón y Cosa.

En el resto del valle la erosión ha sido más intensa, reduciendo considerablemente las muelas hasta hacerlas desaparecer o al testimonio de pequeños cerros: Cabezo Gordo, Atalaya, Gileta, etc.

La erosión de los ríos y ramblas sobre la plataforma ha generado profundos valles, en los que se puede observar, sobre todo en la parte superior, las cornisas del sustrato duro de la caliza. Separadas de ellas destacan las series alternantes de margas, areniscas, arcillas, yesos y conglomerados miocénos.

En algunos lugares, como el sur de Sierra Pelarda, la plataforma ha desaparecido completamente, observándose suaves lomas alargadas e individualizadas, muy erosionadas por la acción de diversas torrenteras, sobre las que se asientan las mejores tierras de cultivo.

Paisaje natural

Tiene un extraordinario paisaje formado por la interacción del hombre y la naturaleza. Se trata de un patrimonio tanto natural como cultural derivado del aprovechamiento de los chopos cabeceros. Posee un relieve mucho más acusado debido a su substrato impermeable (arcillas, margas y calizas margosas), lo que provoca la existencia de una red muy desarrollada, con multitud de barrancos, barranqueras y ramblas. Toda el área está avenada por el río Pancrudo y afluentes que de una margen y otra a él descienden. Por la derecha, el barranco del Regajo y las ramblas de Nueros y del Pinar, procedentes del macizo de Pelarda-Retuerta. Por la izquierda las del Sabinar, de Juncarejo que llega desde Villarejo de los Olmos y el río de Cosa.

En esta zona del Pancrudo se albergan unas singulares formaciones forestales compuestas por alineaciones y bosquetes de unos viejos chopos, caracterizados por su grueso y corto tronco y sus ramas altas y rectas: son los chopos cabeceros (Populus nigra). Los chopos cabeceros son elementos en los que se integra su valor ecológico, paisajístico y etnológico. Precisamente una de las características que define el desarrollo social y económico de las comarcas de montaña de la provincia de Teruel es el aprovechamiento del alto potencial de sus recursos medioambientales y culturales, siendo el paisaje ribereño de chopos un elemento de atracción turística. Predomina un paisaje formado por campos y pastizales en el que, regularmente, se intercalan ríos y ramblas poblados por bosques de ribera. El valor ecológico de estos ambientes naturales es bien conocido, pero no lo es tanto la influencia de los chopos en la construcción del paisaje.

Tradicionalmente, los chopos cabeceros se utilizaban como una fuente de ingresos complementaria mediante el aprovechamiento de sus ramas como vigas o como forraje para el ganado. Al plantarse en las riberas de ríos y ramblas principalmente, suponían también una forma de controlar la erosión y mantener los márgenes.

El cambio social acaecido en la segunda mitad del siglo XX, trajo consigo una despoblación del medio rural, un cambio en las actividades agropecuarias y junto con la introducción de nuevos materiales de construcción y de producción de energía, supuso un abandono de las prácticas de escamonda de los chopos cabeceros. El abandono de la práctica de la escamonda trae consigo una decrepitud de los chopos cabeceros, acortando su longevidad ya que las gruesas ramas se desarrollan y por la acción de la gravedad o el viento se rompen. Por ello, conviene su conservación como seña de identidad de un paisaje natural y cultural.

La vegetación acuática está dominada por el berro. Antiguamente había abundantes cangrejos, pero casi han desaparecido del río. El barbo culirroyo es otro insigne habitante, en franca regresión.